Que la información da miedo es algo que todos tenemos asumido para el calenturiento pensamiento de los más inútiles gobernantes y funcionarios de aquellos regímenes políticos en los que la verdad resulta ser su enemigo más formidable.
Quizá Unamuno lo hubiera resumido en dos palabras y expresado en una, pero a mí me resulta difícil comprimir las ideas en oraciones simples y éstas en palabras aún más simples.
En la era de las democracias, de las libertades civiles y de las manifestaciones públicas, hemos llegado a creer que esas libertades, que no libertinajes, son sagradas y se encuentran en lo más alto de la pirámide social que compone los diferentes estados democráticos, sociales y humanos; pero, no, nada más lejos de la realidad: esas mismas libertades resultan ser el principal peligro para los poderes fácticos que gobiernan en la sombra, y a la luz, y que parecen haber sido elegidos por sufragio universal mental, en el que sin saberlo, pero con nuestro conocimiento tácito, les hemos dotado de la legitimidad para hacer que la libertad se enfrente a la libertad en una batalla intestina en la que ellos deciden lo que nos conviene, lo que necesitamos, lo que somos y lo que queremos ser.
Pues bien, el único medio por el que nos podemos defender de nuestros neoamos es el de la información, incluso la más subjetiva, dirigida y reaccionaria; pero información al fin y al cabo, porque, aunque nos ataque la hilaridad en algunos casos, la información variada y las opiniones diversas diferencian a nuestra sociedad de esas otras que nos quieren imponer por el miedo; cambiando, si es menester, el significado de las palabras para decir ¡buh! donde realmente dice: ¡cuidado!
Si el señor Obama o el señor Cámeron deciden, en libertad, decir que hacer públicas sus necedades es ayudar a los intereses de los terroristas, allá ellos, pero son sus políticas inquisitorias las que realmente fomentan la mala sangre entre otros necios; y sus daños colaterales, que ellos llamarían terrorismo en manos de otros…
Por cierto, si tomamos cierto software, películas, música, etc. por nuestra mano y sin el permiso de sus dueños es un delito penado, pero si son ellos quienes lo hacen con nuestras cosas – protegidas por esos mismos derechos de autor y leyes – resulta ser por el interés de la seguridad nacional de un país extranjero. ¡Hay que joderse!
De todos modos, ¿qué hay de nuevo?