Si hago memoria, no consigo recordar ninguna sensación especial con la que identificar el #hambre, pero me resulta inmediata la sensación de placer que produce la sola idea de comer algo sabroso.
Por supuesto, no es solo que sea algo subjetivo, sino que es totalmente abstracto; pero creo que todos vamos a coincidir en lo esencial de la idea: placer…
Sin embargo, cuando el hambre apremia, incluso el hecho de alimentarse puede resultar contraproducente, porque
una cosa es querer y otra que te quepa un hueso de aceituna en el estómago. Aunque tu cerebro te lo diga y tu cuerpo te lo recuerde, o te obligas a tomar alimento o te quedas al pairo mientras que tu cuerpo se alimenta de sí mismo.
Te canibaliza mientras enfermas…
Cuando he conocido esta mañana la noticia de que una familia había muerto por una intoxicación, debido a la ingesta de alimentos en mal estado, recuerdo haber pensado en el “gulitrón” zampabollos del ministro de medio ambiente y peor alimentación, Arias Cañete, cuando aconsejaba comer yogures caducados.
Éste sí es un problema de estado, y no la ley de seguridad ciudadana, la ley del aborto o la trama de la bandera de Panzurriales de la Mies…