Era domingo y había quedado con mi amiga María para desayunar en una cafetería de La Gran Vía. A eso de las diez de la mañana, me dirigía hacia allí por la calle Alcalá cuando llegué a La Cibeles y al llegar al cruce, como casi no había tráfico, aunque el semáforo estaba en rojo, decidí no parar y continúe mi camino…
Al momento me di cuenta de mi error, porque a unos cincuenta metros delante de mí había un agente la Policía Municipal que ya se dirigía en mi dirección haciendo claros aspavientos con su brazo derecho para demostrar su indignación por mi desfachatez.
Me saludó con cierta cortesía y en seguida me informó sobre mi infracción. – ¿Sabe usted que ha cometido una infracción del código de seguridad vial, artículo 33, que conlleva una sanción de trescientos euros…?
Intenté replicar, no en vano me estaba preguntando, pero no me fue posible. Continuó con su discurso. – Además, como precisamente aquí al lado hay unos compañeros realizando controles de alcoholemia aleatorios, le vamos a practicar uno a usted…
Me retumbaba el oído izquierdo de lo fuerte que me latía el corazón y la mandíbula no se me podía caer más abajo, no era capaz de asimilar lo que oía. ¿Un control de alcoholemia por saltarme un semáforo…? Eso no podía ser, pero era. El tío insistía y me tomó del brazo para hacérmelo saber. Me solté de un tirón y le dije que no me tocara. Él frunció aún más el ceño y acercando el micrófono de su emisora a la boca, solicitó ayuda inmediata.
En un momento me vi rodeado por cinco agentes muy agresivos que, ni atendían a razones ni les importaban las mías.
Me volví a negar a realizar el control de alcoholemia y también, indignado, me negué a identificarme.
En unos minutos pasé de darme un buen paseo para ir a disfrutar de un desayuno con una amiga, a estar esposado y detenido mientras que alguien metía su mano en mi bolsillo derecho para sacarme la cartera.
Días después, en el juicio rápido, el juez me dio la razón, nunca la perdí, e informó al agente de la policía que me había denunciado por desacato de que la proporcionalidad es un pilar básico de la justicia y de que, en su opinión,
hacer pruebas de alcoholemia a los peatones es inconstitucional;
pero el mal rato no me lo quita nadie.