Compramos los billetes en primera clase, hicimos las maletas metiendo en ellas nuestras mejores ropas, nos dirigimos a la flamante estación en nuestros lujosos vehículos, consignamos los equipajes y nos dispusimos a esperar al próximo tren en una fabulosa sala de espera que a pesar de todo no tenía bancos – de sentarse – mientras disfrutábamos de las maravillosas vistas fotográficas a lo que sería el idílico parque que iba a rodear a la estación y nos quedamos dormidos.
La sensación de euforia contenida se iba disipando al tiempo que la pesadilla se iba haciendo más y más real. La estación había sido terminada fuera de plazo, con un costo muy superior al pactado en el contrato y con unos materiales de calidad inferior; por no mencionar que las vías aún estaban en la fundición, esperando a ser moldeadas por el calor y la maquinaria…
Pero lo descubrimos tarde, mientras los viejos gestores se pavoneaban de sus hazañas culpándonos a los demás de sus actos inmorales.
Las pérdidas liberales son las ganancias de los liberales más el dinero público necesario para conseguirlas…
Y perdimos todos…