Allí estaba yo, debajo de aquella nube tormentosa mientras el cielo azul moteado de blancas nubes reluciendo al sol me rodeaba. Muy a mi pesar, era sabedor de la imposibilidad de escapar hacia ninguna parte, más bien, lo mejor que podía hacer era quedarme, amoldarme y esperar al destino; que es de cada uno, pero está imbricado de tal manera con el de los demás que no se puede hablar de él en singular o en plural sin equivocarse.
Es como el gato de Schrödinger, que estando no está ni vivo ni muerto.
A pesar que los baquetazos eran cada vez más frecuentes, cuánto más lo eran menos daño me producían, sobre todo en el alma, porque ya hacía largo tiempo que la había perdido; no a favor del diablo, sino de la supervivencia física, puesto que había llegado a comprender que
si ya resulta del todo incompatible una vida digna con un alma sucia, no digamos una vida hinchada por las bajezas con el alma pura.