Un desahucio debe de ser, supongo, una de las situaciones más traumáticas de las que puede sufrir un ser humano; por detrás de ciertas enfermedades, accidentes o actos violentos, claro está…
Y eso obviando que un desahucio es en sí un acto de violencia, aunque puede que sea una violencia legal y calibrada, pero un acto violento al fin y al cabo.
El desahucio
Cuando fui desahuciado pasadas las navidades del año 2009 – un detalle – no solo perdí un lugar seguro en el que refugiarme, sino que perdí casi todas y cada una de las pocas propiedades que poseía: pequeños electrodomésticos, menaje del hogar, algunas herramientas y ropa; salí de su casa, que antes sentía como mía, con un par de maletas y unos pocos euros en el bolsillo, con un destino difuso y un futuro fácil de vaticinar: la calle…
Sin embargo, lo que más me dolió de la pérdida por el desahucio fue el tener que dejar en sus estanterías los más de trescientos libros de mi biblioteca personal – algunos de mi propia edad -, muchas revistas científicas y otras, cómics y deuvedés con películas y música.
La leyenda
Recuerdo que cuando era un chaval leía, leía y leía; leía todo lo que me echaba a los ojos, hasta los prospectos e informaciones varias contenidos en cualquier producto que hubiera por casa. ¿Quién no ha leído alguna vez la información de un bote de espuma de afeitar mientras se encuentra sentado en el trono?
Mi primer libro como tal fue uno de Los Cinco, de Enid Blyton, regalo de mis padrinos, que fue el primer bocado de toda la saga, seguida de Los Hollister, de Jerry West, y de otras más.
Por leer, leí hasta una biblia propiedad de mi madre, que no creo de mi padre, y que pesaba un par de kilos a gusto; la leí un par de veces durante esas noches de invierno en que el viento arrecia mientras empuja las gotas de lluvia contras las ventanas, por eso en mi casa no había ventanas orientadas al oeste…
Después vinieron las novelas del oeste, propiamente dicho, en las que aprendí que seis pies venían a ser dos metros y que el bueno, además de ser el más rápido al oeste del Atlántico, siempre se enrrollaba con la indefensa y guapísima viuda propietaria del rancho del muerto asesinado por el malo.
Continué con las de ciencia ficción, que siempre endulzaba con la música contenida en aquella cinta de 60 minutos – que yo mismo había remasterizado con aquel kit que un día me regaló mi Madre, junto con la recopilación de Monstruo, allá por el 83 – y que cada vez que escucho de nuevo en la radio me retrotrae a mi juventud.
Estas novelas dejaron en mí una fuerte impronta que ha llegado hasta estos días.
Y por fin llegó el sumun de la lectura compulsiva, llegó el representante de zona del Círculo de Lectores que a través de mí lió a mi madre y se sacaba un pedido mensual de un par de libros como mínimo, cuando no eran tres o cuatro o una colección. Era tal mi afán por la lectura que uno de los pedidos que me trajo cierto día por la mañana ya me lo había leído al día siguiente por la tarde; uno de los libros era La Noche del Zorro, de Jack Higgins, cuya versión cinematográfica, dirigida por Charles Jarrott y protagonizada por George Peppard y Michael York, pasa por ser para mí la más fiel que jamás he visto en una película basada en un libro o novela.
Stephen King y sus terrores, Asimov y sus robots, Dominique LaPierre, Larry Collins, y otros muchos consiguieron que yo leyera más y más, hasta que llegó Tom Clancy y El Cardenal del Kremlyn, La Caza del Octubre Rojo, etc. y la novela que me obligó a replantearme qué leer y de quién: Tormenta Roja, que he podido leer completamente una vez e incompleta dos o tres, porque me mosqueo y lo tengo que dejar. Por no mencionar a J.J.Benítez y su Caballo de Troya 1, que luego me mosqueó con Mis Enigmas Favoritos y aún hoy estoy por desmosquearme.
Así que le doy las gracias a Tom Clancy y al señor Benítez por abrirme la mente con sus manipulaciones y permitir con ello que ahora lea sólo aquello que leo.
Ensayos, divulgación científica: revistas como Investigación y Ciencia; física, matemáticas o gramática; cuando tengo dudas – muchas veces – consulto la RAE o, quizá, si son de otra índole, la Wikipedia…
Y, claro, Arturo Pérez-Reverte y su Patente de Corso…